Mañana será la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos en Londres y con eso llegamos al final de esa fiesta deportiva. Algunos se van a descansar de tanta presión y tanto cansancio, y otros volverán a la realidad y a la fatiga de la rutina, a mantener su lucha para estar en forma y seguir trabajando sin aplausos para estar listos dentro de cuatro años en la contienda de Brasil o si han cumplido su ciclo, reflexionar sobre lo efímero de la vida y esa evanescencia con la que nos envuelve el Tiempo, como los albañiles que van pegando sus ladrillos, uno sobre el otro, sin que el Tiempo se haga visible, excepto cuando muestra su existencia y es reconocido en lo efímero, como pensaba Michel Murphy refiriéndose a la búsqueda del tiempo perdido de Proust. La ceremonia marca el final de esas nuevas historias de los deportistas, entrenadores, especialistas y visitantes que estuvieron con el “Jesús en la boca” mientras que los jóvenes trataban de dejar su huella sobre el agua o sobre la tierra o la arena en cada una de las competencias o como el suizo Guerdat que ganó su medalla de oro por el salto de caballo individual, gracias a un bello ejemplar que tiene nombre y apellido y se llama Nino de Bussonet animal al que le estaba muy agradecido mientras escuchaba emocionado el himno de Suiza, asociando aquellos días cuando era un niño y lo escuchaba en la primaria y ahora, cuando ha pasado el tiempo y se da cuenta que es un triunfador de esa prueba olímpica. Historias que no conocimos, pero que imaginamos en donde hubo sueños, desilusiones, amores, triunfos y derrotas mismas que tendrán tiempo para asimilar antes de seguir adelante, haciendo lo que saben hacer y que parece que se ha convertido por lo pronto en su razón de ser y existir. “La mentalidad inglesa tiene mucho que ver con la griega —decía John Ruskin—, ambas desean que en todas las cosas haya la mayor perfección y que sea compatible con la naturaleza,” tal como lo pudimos observar en ese anfitrión que intentó llegar a la perfección y que todo fluyera como si nada hubiera pasado. “Hoy es el mañana del ayer cuando estaba tan preocupado por el futuro”, como decía Anthony Hopkins en este trabalenguas que viene a cuento pues hay que ver para delante e imaginar el futuro que tanto nos preocupaba ayer de tal manera que podamos seguir soñando. Con La sinfonía de música británica se llega al final de un ciclo que termina en Londres para que empiece otro en Brasil, el nuevo anfitrión. Mañana cuando nos despidamos de Londres con esa ceremonia, probaremos nuestra capacidad para aceptar la eterna belleza de lo efímero, de lo fugitivo y de lo contingente como una realidad.