Martes, 23 de Abril 2024

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La siempre difícil retrospectiva

Por: Eduardo Escoto

La siempre difícil retrospectiva

La siempre difícil retrospectiva

La vigente polémica en torno a la escultura “Sincretismo” de Ismael Vargas demuestra que la mínima conjunción de ciertos elementos indispensables basta para reabrir viejas discusiones de orden cultural, que en el fondo comprueban que la identidad mexicana sigue padeciendo las secuelas de las diferentes reconfiguraciones que ha sufrido a lo largo de la historia.

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La inauguración de la escultura fue precedida por el debate abierto semanas antes, cuando se dieron a conocer las características del proyecto escultórico encargado a José Fors, y posteriormente, por la develación de “La Pluma”, de Pedro Escapa. Esta controversia se orientó lo mismo sobre la forma que sobre el fondo de las piezas.

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Pero además, en “Sincretismo” entraron en escena aspectos de tipo religioso que históricamente se han interpretado en diversas formas para intentar explicar la composición identitaria de la nación. En sí, la discusión desatada es de tipo ideológico y artístico o estético.

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En el debate han aparecido posturas a favor y en contra de todos los matices, e incluso, en el seno de la propia Iglesia hay opiniones divergentes. Se enfrentan así análisis objetivos y bien fundamentados, apreciaciones superficiales, invenciones, apropiaciones y un largo etcétera que conforman un río revuelto del que ya algunos han querido sacar provecho.

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En la historia de la música mexicana se encuentran numerosos precedentes, y convendría detenerse en un trabajo del gran compositor michoacano Miguel Bernal Jiménez (1910-1956), “Tata Vasco, Drama sinfónico en 5 cuadros”.

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La obra fue estrenada en 1941, en Pátzcuaro. En ella se narran aspectos de la labor evangelizadora del primer obispo de Valladolid, Vasco de Quiroga, destacando su empatía hacia los naturales y la importancia de sus esfuerzos por lograr su conversión. En suma, una temática muy poco apropiada para los preceptos del nacionalismo de corte indigenista propuesto por la oficialidad. A pesar de cierta ingenuidad que acusa el libreto, Bernal plantea una musicalidad que explora los límites del nacionalismo, proponiendo una visión más mestiza, que por tanto no renunciaba a la idea del sincretismo.

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En 1949, el músico michoacano se las arregló para presentar aquella obra controversial en la Ciudad de México, en el Palacio de Bellas Artes. Las críticas no solo fueron las esperadas, por parte del sector revolucionario que veía en “Tata Vasco” una expresión reaccionaria, sino que la propia Iglesia llamó la atención al músico, por considerar poco apropiadas las danzas y coreografías empleadas en una temática que debería ser más seria y digna. Disciplinado como fue, Bernal dejó de promocionar aquél trabajo, que durmió prácticamente el resto del siglo, mientras la búsqueda de identidad continuaba.

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