Viernes, 29 de Marzo 2024
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La conspiración

Por: Antonio Ortuño

La conspiración

La conspiración

Hace tiempo tuve la mala fortuna de pasar una mañana en charla profesional con todo un señor profesor. No tengo nada, más que agradecimiento, con los profesores, desde luego: no se piense que descalifico al tipo de mi anécdota solamente por dar clases. Mi problema con el dichoso sujeto no era, pues, su profesión (aunque él la utilizara como pedestal para mirar desde unas alturas pretendidamente olímpicas a los demás) sino la manera turbia y mezquina en que se expresaba.

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Veamos: discutíamos al respecto de unos manuscritos literarios y el tipo, cuyo currículo editorial era francamente penoso (solamente la universidad que lo empleaba había sido capaz de dar a la imprenta sus inanes piensos), se esforzó en dejar claro su desprecio por buena parte de la literatura escrita en el hemisferio luego del año 1990. “Son puros libros comerciales”, declaraba, agitándose como un poseso. Bastó con proponerle unas pocas preguntas para evidenciar que desconocía soberanamente casi toda la bibliografía nacional de los años mencionados. La mala y la regular, pues pase. Pero ¿y lo bueno, que era bastante? Ni siquiera se había asomado a husmearlo. ¿Para qué leerlo, si ya “sabía” que era todo producto de unas hipotéticas unidades todopoderosas de marketing?

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Abismado en su triste situación de sabelotodo a quien nadie le tira un lazo (salvo, insisto, su propia escuela: gran consuelo), el señor profesor daba por sentado que la superioridad de obras aplaudidas por lectores, críticos y periodistas, de obras premiadas, traducidas, comentadas y estudiadas en universidades de otras latitudes sobre las suyas (a las que conocidos y colegas les habían dado chance de ser impresas solamente para que terminaran en una bodega, destino natural de los libros que no cuentan con lectores concretos) era nada más que una impostura.

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Desde luego es una pésima idea confrontar a alguien con su fracaso y hacerle notar a alguien que su arrogancia está sostenida sobre nada es una declaración de guerra. Creo que eso entendímos el resto de los presentes, así que decidimos omitirlo y conversamos sobre lo que era menester, permitiendo que las peroratas del señor profesor se transformaran en una suerte de ruido blanco, en estática de fondo a la que se termina por no hacer caso.

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Lo notable es que, al paso de los años, he vuelto a toparme con gente que, mutatis mutandis, piensa lo mismo que el curioso profesor. Gente que asume que lo único de valor fue escrito en el siglo II, el VII, el XIX o en la primerita mitad del XX (en un caso extremo, sus límites, como los del fulano aquel, dan para 1989), pero que, por lo general, no tiene ni la menor idea de lo que se ha escrito desde entonces. Gente que no entiende que las áreas de marketing de las editoriales están ahí para promover 50 sombras de Grey y no literatura contemporánea. Y que si nadie los lee no es porque haya una conspiración: lo que sucede es que todavía queda gente con gusto.

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