Tiene razón Alain de Botton cuando dice en La arquitectura de la felicidad que es excepcional la belleza de una obra arquitectónica y cuando podemos experimentarla nos produce “una mezcla de dicha y melancolía: dicha por la perfección que percibimos y melancolía por la consciencia de que pocas veces nos es dado contemplar algo tan gozoso, recordándonos cómo desearíamos que fuesen las cosas y, al mismo tiempo, lo incompleta que es nuestra vida.” Propone varias maneras para poder reconocer su valor, entre otras, que empecemos por observar algunas de las esculturas abstractas como la de los Dos segmentos y una esfera (1936) de Barbara Hepworth para que empecemos a reconocer que algo abstracto nos está diciendo algo que podemos interpretar como si fuera un retrato de familia en donde la madre está sosteniendo en sus brazos a uno de sus hijos y de esa manera somos testigos “de una relación lúdica y tierna, convertida en majestuosa, principalmente por estar hecha de mármol blanco pulido.” “Entonces —dice de Botton— podemos ir entendiendo lo que nos dicen los edificios que tiene que ver con nuestros deseos o nuestros recuerdos, pues a veces nos refieren a esos lugares en donde hemos sido felices de tal manera y que ahora, con lo que estamos viendo, lo volvamos a conectar”. Con estas lecturas recordé una escena —con mi primera esposa— cuando se soltó llorando justo al dar la vuelta para ver de golpe y porrazo la Plaza de San Marcos en Venecia. Sin decir agua va, se soltó llorando conmovida por la belleza de esa arquitectura. Tal vez se debe, como dice de Botton, al conocimiento de los pesares que tantas veces es un prerrequisito porque estamos más sensibles y por eso podemos apreciar un espacio determinado como si el diálogo con el dolor nos haga apreciar más la cosas que nos rodean. Aprender a escuchar lo que nos dice un edificio para gozarlo si entendemos lo que dice y, de esa manera, llegar a sentir la belleza “en el momento en que hayamos encontrado la expresión material de algunas de nuestras ideas acerca de lo que es tener una buena vida.” De esta manera podemos descubrir tanto los elementos objetivos como los subjetivos detrás de una obra arquitectónica, de tal manera que, a partir de su lectura, podamos verla y disfrutarla desde diferentes puntos de vista: como una expresión de nuestros deseos e ideales o como una expresión del orden, el equilibrio, la elegancia o la coherencia con el medio, tal como lo podemos encontrar en algunas obras que son un espejo donde podemos reconocernos a nosotros mismos y a los que nos rodean. “Aunque a una casa le falten soluciones para muchos de los males de sus habitantes, éstos dan fe de una felicidad en donde la arquitectura tiene una contribución en particular” —dice Alain de Botton mientras vamos otra de las características y limitaciones de la arquitectura.