Lunes, 13 de Enero 2025

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En busca del puente perdido

Por: Juan Palomar

En busca del puente perdido

En busca del puente perdido

¿Cómo se puede perder un puente? Por lo menos de dos maneras: destruyéndolo, como lo que impunemente (hasta hoy) se hizo con el de la Normal, obra muy valiosa del arquitecto Raúl Gómez Tremari; o desarmándolo en partes y extraviándolas, todas o algunas de ellas.

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Se informó hace meses que el puente peatonal llamado “La puerta de Zapopan”, obra de Fernando González Gortázar, ubicado el Ávila Camacho y Patria, tendría que ser retirado de su lugar debido a las obras de la Línea 3 del Tren Ligero. Después de protestas y peticiones, los constructores de la línea ferroviaria y el Ayuntamiento de Zapopan acordaron desarmar el puente y volverlo a armar en una ubicación adecuada. Todo iba más o menos bien, el arquitecto fue informado y empezó a trabajar en el proyecto de la reinstalación.

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Lo siguiente que se supo por la prensa fue que el puente —que ha de medir unos 40 metros de largo— se había perdido. Tal cual. Luego se supo que ya había aparecido en algún corralón del Ayuntamiento. Pero lo que no aparece es la voluntad real y activa de restituir ese patrimonio tapatío a la ciudadanía. Y esto es muy serio.

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Algunas consideraciones que sustentan esta gravedad: el puente —propiedad de la ciudad y de todos sus habitantes— es una obra de arte, que data de 1984. Es de la autoría de Fernando González Gortázar, uno de los arquitectos vivos más importantes de Jalisco y de México. Forma parte de un corpus de obra del autor en Guadalajara que constituye un patrimonio cultural relevante, igual que son relevantes los corpus de obra en Jalisco de otros arquitectos importantes del siglo XX y XXI. Por si fuera poco, el puente era un contraveneno indispensable para la fealdad y la vulgaridad rampantes en nuestros contextos urbanos. Y, algo muy básico: servía para cruzar la calle con seguridad.

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Las anteriores afirmaciones podrán hacer que en algunas gentes surja una muequilla de desdén, de escepticismo, o de burlona incredulidad. Hasta a lo mejor los constructores del tren y la autoridad municipal piensen para su coleto que no es para tanto, que ya se verá, que hay cosas más importantes que hacer, que el costo de las obras del tren se está disparando. O etcétera.

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Habría entonces que apelar a la inteligencia de esas personas y sugerirles que se documenten con críticos de arquitectura serios y con especialistas calificados en temas urbanos para saber plenamente quién es Fernando González Gortázar y cuál es la valía y la significación de su obra. Luego, que le pregunten al Instituto Nacional de Bellas Artes —responsable de la preservación de la obra— y a la Secretaría de Cultura de Jalisco —ídem— sobre los ordenamientos vigentes que protegen a este patrimonio público. Y, de paso, revisar lo que la Ley de Derechos de Autor dispone para estos casos.

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Sorprende, entonces, que todas las autoridades e instancias mencionadas regateen, hasta hoy, las acciones a que están obligadas para devolverle a la ciudad una pieza de arte y un equipamiento que por ningún motivo se puede volver a perder. El arte hace falta, es para hoy.

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(Y, para no quitar el dedo del renglón, es necesario exigir también a los constructores del tren la reposición del puente de Raúl Gómez Tremari en La Normal. Cuesta una ínfima porción de lo que están gastando, y además, lo ocupamos de regreso.)

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