La operación militar que desplegaron Los Caballeros Templarios el martes pasado fue una afrenta al Estado Mexicano al combatir por más de 18 horas a la Policía Federal, a la que atrapó en seis trampas en la zona de Tierra Caliente en Michoacán, y le disparó a sus unidades con fusiles de asalto AK-47. La movilidad de las unidades de la Policía Federal impidió que registraran más muertos, lo que no esconde la gravedad del despliegue de un cártel de la droga que actuó con una estrategia de guerra de guerrillas. Fueron “ataques planeados con anticipación, en los que participaron individuos con armas largas ocultos en los cerros, además del bloqueo de carreteras con autobuses y otras unidades”, dijo en un comunicado el Consejo de Seguridad Nacional. Una lectura entre líneas del boletín revela la magnitud de la operación de la narcoguerrilla. Les tendieron emboscadas en seis puntos diferentes, una acción que sugiere que sabían por dónde iban a circular los convoyes federales, al tener acceso a información de inteligencia. Asimismo, bloquearon las carreteras para evitar que hubiera un pronto respaldo, que les dio el tiempo suficiente para atacarlos secuencialmente y, sobre todo, para replegarse, recuperar a sus muertos y ayudar a sus heridos. El comunicado aporta elementos que no dan confianza en la operación gubernamental y sí arroja incertidumbre sobre qué pasa en las fuerzas civiles y militares del Gobierno, donde la coordinación que presumen, demostró que ni es tan cierta, ni es tan confiable. El primer elemento que rompe ese discurso, es el papel que jugó el Ejército. Funcionarios gubernamentales dijeron que el operativo en Tierra Caliente lo hicieron policías federales y soldados. Sin embargo, fuera de verse las imágenes del Ejército en las carreteras michoacanas, la pregunta es qué hicieron sus tropas y mandos en el campo de batalla. Desde mayo, el Ejército asumió el mando en Michoacán, y envió fuerzas de intervención que incluyeron al Cuerpo de Fuerzas Especiales y del Grupo de Operaciones Especiales de la Marina, que son los cuerpos de élite de las Fuerzas Armadas, con el apoyo de aeronaves artilladas para apoyar las operaciones en tierra, principalmente en Tierra Caliente. El martes, empero, no actuaron. Dejaron a la Policía Federal combatir sin respaldo, pese a que el Ejército tiene una guarnición militar en Lázaro Cárdenas, a 25 kilómetros —en línea recta— de la zona donde se dio una de las emboscadas. A la falta de apoyo táctico, reflejado en la ausencia del registro de actividad militar en el boletín del Consejo de Seguridad Nacional difundido el martes, se añaden las preguntas sobre los protocolos de seguridad que siguió la Policía Federal, a la que el Ejército, de una manera aún no aclarada, envió por delante. Los convoyes de la Policía Federal, de acuerdo con la información disponible, no tuvieron apoyo táctico aéreo, ni contaron con el “Rino”, su famoso vehículo antisecuestro, blindado y con una capacidad de ataque (de 16 personas) para disparar simultáneamente desde escotillas especiales. Tampoco se enviaron, según la poca información pública disponible, convoyes con gran número de unidades, como dicen los protocolos de la Policía Federal para inhibir emboscadas o tener la capacidad de fuego suficiente para repeler. La larga jornada de combates permite suponer que esa superioridad numérica y de fuerza no fue contundente sobre el campo de batalla, por lo cual sufrieron para repeler el ataque y no capturar a nadie. Se desconoce también si llevaron vehículos blindados, puesto que la semana pasada en esa zona, emboscaron a dos de sus unidades que no tenían el blindaje. La falta de apoyo militar, de acuerdo con fuentes policiales, generó tensión y molestia. Sin embargo, tampoco es nuevo. Desde hace varios años existe la rivalidad entre los dos cuerpos, y una de las razones por las que se pusieron en práctica protocolos tan rigurosos, es por el principio de la desconfianza de que los “azules” —como los llaman despectivamente los militares—, no recibirían el respaldo de las Fuerzas Armadas. Los conflictos del pasado se trasladaron al presente. Pero la diferencia cualitativa es que en años anteriores fueron operaciones ofensivas las que realizaron los cuerpos de seguridad, y en esta ocasión se trató de una acción defensiva. Los Caballeros Templarios probaron las capacidades tácticas de las fuerzas federales, que tuvieron una victoria cuestionable en Tierra Caliente, porque no vencieron a sus agresores, sino que la narcoguerrilla realizó un repliegue táctico en espera, probablemente, del siguiente ataque.