Sábado, 18 de Enero 2025

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El matritense Café Gijón

Por: José M. Murià

El matritense Café Gijón

El matritense Café Gijón

Hasta la prensa mexicana se ha hecho eco de la preocupación de los madrileños  por  la posibilidad de que el Café Gijón, con  vida desde 1888 en el Paseo de las Recoletas  de  su ciudad,  cierre para siempre. Al parecer hasta el Parlamento Regional clama para que se le declare “bien de interés cultural”.

De que el sitio tiene solera, ni duda cabe. Tampoco de que ha sido  frecuentado por personajes de prestigio mundial: García Lorca, Dalí, Hemmingway, Mastroianni, Buñuel, Capote y hasta la bellísima Ava Gardner en busca fácil de quien le hiciera el favor, en su respectivo tiempo frecuentaron el sitio.

Yo diría que sus muebles y cuadros, justifican la defensa del lugar; pero más aun por el gran valor representativo de los habitantes de la “Villa y Corte” dado el espíritu que prevalece y el atractivo que sigue constituyendo para muchos personajes de relumbrón, como el que tuvo a bien invitarme a desayunar, precisamente ahí, el pasado 2 de agosto a las nueve de la mañana, el mismo día que en la noche tomaría mi avión de regreso.

Dada la importancia del personaje, tanto para mí en lo personal, como por su significación, procuré ser muy cumplido y 10 minutos antes había hecho ya mi ingreso el histórico establecimiento.

He de decir que había llegado temprano a Madrid en camión, como un trabajador cualquiera, para dirigirme en metro a mi destino. Llevaba un maletín colgado al hombro… Me veía ajado cuando entré al Café Gijón y  hallé sólo un cliente en la barra. El acceso a las mesas estaba impedido y me fue negado de mal modo con un gruñido: “Está cerrado”. Sin mirarme siquiera.

El gruñido fue peor cuando le dije que solamente faltaban cinco minutos para las nueve. Hora típica de Madrid, donde la gente se levanta más tarde que quienes duermen fuera.

Ganas me dieron de irme ante tanto despotismo, pero aguanté en espera de quien habría de venir y logré que me sirviera el sujeto de peor modo un café con leche en la barra.

De repente el coche se paró frente a la muy angosta banqueta y mi interlocutor se bajó  de la puerta trasera dando muestras de alegría por el encuentro. El abrazo a la mexicana sorprendió al malencachado “mozo”, quien cambió radicalmente su tono. Parece ser que mi amigo, cuya oficina está cerca, desayuna ahí con frecuencia y, a lo mejor hasta da  propinas también a la mexicana.

Las  caravanas de aire tan servil del sujeto se repitieron no sé cuantas veces y las muestras de atención, incluso conmigo, se repitieron ad nauseam. Yo desayuné contento y platiqué muchas cosas interesantes con mi querido amigo, pero no dejé de pensar que tal contraste entre el despotismo y el servilismo, por parte del mesero, era también representativo de Madrid.

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