Cada vez que un hombre o una mujer rompen una barrera, la rompemos todos. Por eso emocionan las competencias olímpicas. Hay algo de sus triunfos que sentimos que nos pertenece. Así como si un hombre llega a la Luna llegamos todos, si un hombre corre los 100 metros en 9.58 segundos lo hacemos todos de alguna manera. En el deporte se refleja el drama, la lucha y la victoria humana frente a la vida. Basta ver las imágenes de los atletas en el esfuerzo, el dolor, el llanto, la alegría, la euforia, las lágrimas de emoción y la entrega del público para entenderlo. Los juegos son profundamente humanos. Los hombres y mujeres que desfallecientes se empeñan en cruzar la meta nos tocan por eso. Lo mismo los derrotados que abrazan a su adversario y los ganadores que rompen en llanto. Cómo no emocionarse en este Londres 2012 al ver el rostro del somalí naturalizado británico Mohammed Farah al festejar en la pista su medalla de oro en los 10 mil metros, con su hija y su esposa embarazada, muy lejos de su difícil infancia en el Cuerno de África, o con la sonrisa radiante de la británica Nicola Adams colgándose la primera medalla de oro para una mujer en boxeo. Difícil no conmoverse con Oscar Pistorius corriendo con sus prótesis los 400 metros entre los más veloces del mundo. O con los ojos del marchista Érick Barrondo tras ganar la primera medalla en la historia para Guatemala, que por ser latina y vecina es también un poco nuestra. Cómo no sentir los ojos nublados con la mirada plena de la gimnasta de 37 años Oksana Chusovitina, despidiéndose de sus sextos juegos olímpicos, tras haber representado a la URSS, al Equipo Unificado (de la Comunidad de Estados Independientes, tras el desmembramiento soviético), a Uzbekistán y ahora a Alemania; una atleta que se mantuvo en tan demandante disciplina tras haber sido madre. Las ceremonias de inauguración y clausura son también ventana a la historia, la cultura, la política y el modo de ser de los países y su gente. Son en más de un sentido termómetro de cómo es el mundo de este momento La participación de mujeres en todas las delegaciones, el rebote de los atletas en las redes sociales por más que los hayan querido restringir, un mundo árabe queriendo integrarse a las libertades occidentales sin cometer sus pecados, un Occidente desideologizado pero confuso, atorado y amenazado por la crisis.Una China peleando la supremacía con Estados Unidos que recuperó su primer lugar en el medallero. Los británicos orgullosos de sus juegos y de su identidad tan solemne como despeinada. Y nosotros, los mexicanos, luchando por superar limitaciones añejas y deseosos de empezar a contar una nueva historia de país. Tanto pasa en el mundo. Todo termina exhibido en 16 días.