Transcurridos los espacios preelectorales, electorales y poselectorales existe el imperativo de superar los elementos provocadores de inquietud fomentados por las postulaciones, promesas, halagos y mentiras que dieron pauta a la desorientación de la sociedad con un alto grado de inquietud. Los números no mienten, pero sí se miente con los números. La decisión para alcanzar el propósito de otorgar la responsabilidad de puestos públicos de elección está dada por mayoría en las urnas, como lo señala la Constitución a través del sistema democrático; por encima de la concurrencia de múltiples encuestas, algunas quizá cuestionables por su favor a quienes las patrocinaban para su posterior conversión en elementos de mercadotecnia. Otro ingrediente fue el acudir indiscriminadamente a las comparaciones, en muchos casos, de singular valor por su referente estadístico, por estar premeditadamente aplicadas con el fin de provocar un ejercicio conductista ideal y romper con la inercia de gestiones dolosas y hasta peligrosas, por antecedentes de personas y partidos. La valoración sustentada formó nichos de incredulidad, por la obediencia superficial, carente de elementos sustanciales; más que todo por la abundancia de mensajes a través de los medios electrónicos. En medio de tal vorágine de pronósticos habrían de incurrir deficiencias, ahora en proceso de rescate para alcanzar la imprescindible credibilidad en las instituciones. El Instituto Federal Electoral y en el Estado el Instituto Electoral y de Participación Ciudadana, por su naturaleza, deben ser, precisamente integrados por ciudadanos sin compromisos, y por consiguiente ajenos a los partidos. Por desgracia, las justificaciones de inoperancia abundan en otros órdenes. En la precaria circunstancia económica actual trascienden al escenario internacional. El posicionamiento de las calificadoras de nivel de: empresas, bancos y países muestra ineficacia y falta de oportunidad, como ha ocurrido en Europa, donde no supieron o no pudieron aplicar medidas previsoras para evitar crisis. Caso concreto el de Grecia con extensión real a España y potencial a Italia. En ese contexto, las expresiones de inconformidad alimentan la inquietud de jóvenes y adultos en principio dotados, quizá en su origen, de sana y hasta leal intención, pero en la práctica empleada ésta con propósitos extremos desordenados, de dudosa procedencia e indefinible destino con beneficio de terceros. Conceptos tan respetables como democracia y libertad de asociación y expresión, consagrados por la Constitución, son banderas usadas con sentido sórdido. A todo costo, y sin violentar leyes y reglamentos, deberán retomar la ruta de la conciliación auténtica por medio del diálogo razonado. El sistema cuenta para ello con la representación en el Poder Legislativo, donde cada miembro es representante de los intereses ciudadanos para dotar de beneficio a la mayoría, de aquellos que los eligió. El pasado es irrecuperable y el futuro se contempla con valores que han penetrado en el ánimo de la población exigente de tranquilidad. Dios nos guarde de la discordia.