Lunes, 20 de Enero 2025

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Diario de un espectador

Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Diario de un espectador

Atmosféricas. El zanate, cosa en extremo curiosa, se aventura. Llega en su característico vuelo de trazos exactos y meditados hasta los ladrillos de perón que cada día son más bonitos bajo la parva pérgola pródiga. Pero, bien se sabe, el decir popular ha decretado que no hay pájaro -¿o animal?- más listo que un zanate. ¿Qué puede entonces buscar el ave de luto tan cerca del que pasa y su atronadora reproducción del último disco de los Alabama Shakes? Precisamente, se puede pensar después: es un pájaro con buen oído, con refinado gusto para sus lugares de aterrizaje. Dato para el currículum, sin duda: “Una tarde pudo convivir por dos minutos y medio con un zanate mientras los dos oían a los Alabama Shakes.” Nada se dirá de la conversación que, al mismo tiempo, tuvo lugar. Pero algo se habría dicho sobre la vista al atardecer sobre el peñón del Mexicano, sobre las penurias de la vida ornitológica en este valle, sobre la inexplicable estupidez de los bípedos que habitan la ciudad e insisten en asfixiarse adentro de sus coches apestosos, sobre la perspectiva que apenas a cien metros de altura se alcanza –en una jornada clara- del cerro de Tequila… Zanatewise…

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La Navidad. Pellicer. Cuando de veras se cumplen años, parece, es cada Nochebuena: es, precisamente, cuando calan más hondo los años idos, las ilusiones extraviadas, las gentes perdidas –vivas o muertas. Bien se sabe, cuando las puertas se abren al fin y entran los santos peregrinos aunque sea pobre la morada, que es el exacto momento de dar por cancelada una vuelta más, y por inaugurada otra jornada. El “misterio” se balancea sobre los hombros párvulos, y la Virgen, Señor San José y el niño navegan otro proceloso aniversario sin ser, milagrosamente, hechos añicos al salir despedidos de las noveles andas. Privilegios de los objetos centenarios bendecidos por una aún más larga piedad. Se cumplen de veras años, entonces, cada Navidad: nada parecido a los jolgorios convencionales de la onomástica al uso, de la ínfima vulgaridad de lo obvio y lo “personalizado” –como se diría en burocratés. Es tiempo entonces de sacar sumarias sumas, de especular con expectativas, de augurar con parsimoniosa prudencia. Si se pone cuidado, es el momento, mientras las güíjolas suenan, de hacer comparecer a las gentes queridas, los sabores lejanos, el tacto maravilloso de la primera vez que se tentó el verdísimo musgo, el áspero heno. Es la hora de entender lo que de veras importó, lo que tendrá luego que seguir importando. Y lo que no.

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Tres días apenas y llega el día de Reyes. Bien puede ser que sea una de las festividades más bellas que haya inventado el hombre. Journey of the Magi. A magis adoratur. Los grandes y antiguos maestros nos dejaron sus visiones. Pero, para cada niño, los tres reyes magos cumplirán por siempre su trayecto que la estrella guiaba en el fondo intacto de su corazón. Para festejar a los Epifanios -uno nada lejano- para conmemorar esa magia real, va un ensayo de traducción de un poema de Joseph Brodsky.

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1º enero 1965
Los Reyes Magos olvidarán tu nombre.
Sobre tu cabeza no ha de arder ninguna estrella.
Un fatigado sonido será el mismo-
el rudo rugido del temporal.
Caen las sombras de tus ojos cansados
mientras la solitaria candela de tu cabecera muere,
porque aquí el calendario cría noches
hasta que legiones de candelas se extinguen.
¿Qué activa esta clave melancólica?
Una larga y familiar melodía.
Suena otra vez. Así que déjala en paz.
Déjala sonar desde esta noche.
Déjala sonar en la hora de mi muerte-
como el agradecimiento de ojos y labios
por aquello que a veces nos hace levantar
nuestra mirada al más lejano cielo.
Escrutas en silencio el muro.
Tus medias vacías: ningún regalo.
Es claro que eres ahora demasiado viejo
para confiar en el buen San Nico;
que es muy tarde para los milagros.
-Pero, sin embargo, alzando tus ojos
hacia la luz del cielo, te das cuenta:
tu vida es un puro milagro.

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Fernando Fernández es, en toda la extensión de la palabra, lo que en mejores tiempos se conocía como un personaje. Una persona que hace de su cotidiano desempeño vital algo memorable. En este caso, un desempeño (un performance, pues) entrañable, cálido, erudito y no carente de una encantadora inocencia. Su poesía no se le parece. O sí, pero de otro modo; un modo hecho para taladrar amablemente la memoria, para redescubrir el candor, la frescura o el antiguo estoicismo. Para convidarnos a fervores y estupefacciones que sus renglones, como si nada, hacen comparecer. A bordo de un atestado coche, la cazadora lo convence de leer uno de sus grandes hits: Paloma y no. El poeta, con inmejorable dicción y muy preciso ánimo, se arranca con el poema memorable. Ya luego, en el corredor cobijado por los tequilas, dice otro: se llama Milagro en el supermercado: Y era ella/ al fondo de la tienda, en el departamento de frutas/ y verduras, todavía de espaldas/ era ella/ (mis ojos lo decían aunque sin prueba)/ menuda tal cual es,/ y luego, más de cerca, si, era ella/ con lentes –“¡la torcaza usa lentes!
Salud, otra vez, por esas epifanías.

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Xitlalitl Rodríguez Mendoza es una poeta notable. Bajo el mismo corredor y los mismos tequilas da lectura, con voz clara de campanas, a algunos de sus poemas. Vienen de un libro que se llama Jaws (Tiburón). El delgado volumen es muy filoso. Como si cualquier cosa, con un sabio juego que va de la cinematografía al clima arruinado, deja caer versos encantadores y, seguido, dulcemente envenenados. A shark in Chapala: Jaws significa que estoy levantado a estas horas, que me vaya a dormir, que la sangre y los tiburones no existen, que rece antes de acostarme y que le pida a San Jorge bendito que amarre a sus animalitos con su cordón más bendito. Yo rezo por el tiburón. Que me come el tiburón, mamá. Que esa es una canción, que en Chapala no hay tiburones. Ni isla ni alacrán. Que me duerma de una vez por todas. Que no quiero, que mataron al pez. Pero eso no es verdad.

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Propósito de año nuevo, atendiendo a San Juan de la Cruz:

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Por toda la hermosura
nunca yo me perderé,
sino por un no sé qué
que se alcanza por ventura.
 
jpalomar@informador.com.mx

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