De pronto parece un contrasentido que México forme parte y quiera ser actor central de la economía mundial, del lado del neoliberalismo, del capitalismo, la tecnología y la mercadotecnia y que, al mismo tiempo, sea una de las naciones más corruptas del planeta. La contradicción está en que los niveles de corrupción institucional dan una “mala nota” de México y eso lo descalifica de frente a consultoras y otras empresas que evalúan a los países en cuanto a la incidencia de la corrupción en sus aparatos burocráticos y empresariales, porque es un indicador que, si es alto, se difunde para que los capitalistas NO inviertan en tal país. No entiendo pues cómo es que el Presidente Enrique Peña Nieto y los integrantes de su gabinete están en sintonía con las aspiraciones añejas de México y los mexicanos por acceder a estadios superiores de bienestar, pero no actúan en consecuencia en el combate a la corrupción. Como seguramente el lector ya sabe, esta semana Transparencia Internacional dio a conocer su informe relativo al Continente Americano y resulta que México ocupa el segundo lugar abajo sólo de Argentina (hay quienes dicen que no tenemos el primer lugar porque alguien “soltó una lana”) en cuanto a la percepción de la corrupción en ambas naciones. En Argentina, 72% de los encuestados cree que en su país se ha incrementado la corrupción de manera extraordinaria y en México, 71 por ciento. Porcentajes que contrastan, por ejemplo, con el 43% de Uruguay, caso que si bien se podría celebrar, deja en evidencia y nos confirma lo complejo que es erradicar esta práctica perversa entre ciudadanos y burócratas. Siempre se ha dicho que es un asunto de dos por lo menos y todos los sabemos, claro que hay una responsabilidad de la sociedad en este asunto, pero desde la autoridad no se hace nada por erradicarla; los gobernantes se escudan en que es la gente la que la propicia, pero poco hablan de hacer cambios en las administraciones públicas para inhibirlas. ¿Cuál es una de las razones principales de la corrupción? La ineficiencia del gobierno, tanto del Ejecutivo (municipal, estatal y federal) como del Judicial y del Legislativo. Es un círculo vicioso y complejo que se debe romper por algún lado y creo firmemente que le toca hacerlo a la autoridad. En la medida en que las administraciones públicas sean eficientes en tiempo y forma, con empleados bien pagados para que no pidan; los ciudadanos no tendrán necesidad de ofrecer. Ahora bien, la corrupción se ha filtrado en las estructuras de gobierno y en algunos casos se ha adherido como el salitre, de manera que se requiere una limpieza profunda, una purga, casi una reinvención para reemprender el camino sobre otras bases, más sólidas, eficientes, sanas, transparentes y productivas para todos en todos los sentidos. En los últimos días se ha generado información sobre el combate a la corrupción incluida una iniciativa de ley que contempla además una reforma constitucional en el Estado para la creación de una fiscalía especializada. Está bien, qué bueno, pero urge mirar hacia las entrañas de las administraciones públicas y limpiar a conciencia, de otra manera, todo lo demás serán paliativos y/o pose.