Realmente resulta muy difícil querer progresar en la vida, si uno no se conoce a sí mismo. Resulta que desde niños nos enseñan muchas cosas, desde el idioma, las ciencias y cuanta cosa resulte útil en la vida. Pero no nos enseñan a explorar y a conocer nuestro mundo interior. Es muy cierto que la tradición filosófica mediterránea parte de esta consigna “conócete a ti mismo” como el auténtico punto de partida para hacer filosofía, es decir para pensar, reflexiónar, conocer y aprender. Lo que debería de ser fundamental en nuestra cultura y educación, acaba por ser la experiencia de un grupo muy reducido de personas que sí han comprendido bien el valor de hacer un profundo peregrinar en el mundo interior. Sobre todo hemos caído en ese descuido, por enfatizar tanto que lo interesante es recorrer el mundo, de ciudad en ciudad, y gozar de las maravillas históricas y naturales que existen en la geografía de éste planeta, que sin duda es magnífico y muy positivo también. Pero no se fomentan excursiones y planes de viaje hacia el mundo interior. Y si queremos tener nuevas generaciones que tengan una mayor cultura y un desarrollo importante de su inteligencia, los necesitamos inducir a que viajen por los bellos e intrincados laberintos de la geografía de su mente. Una persona que hace introspección, se familiariza mucho mejor con el origen de las propias ideas, reconoce sus fortalezas y debilidades, asume responsablemente sus errores y trata de corregirlos, identifica y le pone nombre a sus sentimientos y emociones, y desde luego vive más en armonía consigo mismo, sin dejarse llevar por impulsos y arrebatos. Es capaz de identificar sus miedos y prosperar en superarlos, como también es capaz de poner límites a su agresividad y practicamente eliminar la violencia. Y en fin, vive más en función de la sabiduría universal y menos del materialismo consumista que nos propone nuestro actual estilo de vida. Para lograr inmunizar a las nuevas generaciones de la creciente tendencia caer en las adicciones, necesitamos enseñarles el camino de conocerse bien a sí mismos. Por allí, ya es un buen inicio. ¿Y cómo se empieza a conocer a uno mismo? Identificar y escuchar a la propia voz interior. Y saber quién soy, frente a lo que no soy.
