Jueves, 23 de Enero 2025

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Capacidad de asombro

Por: Alejandro Irigoyen Ponce

Van, primero, dos imágenes: en Bombay, en cualquier esquina de los populosos asentamientos marginales, es posible ver a un hombre que literalmente muere de hambre, mientras pasan a su lado, un vendedor de pan, de esos en bicicleta con una inmensa charola de mimbre sobre la cabeza, y una vaca. En Bueno Aires, hace años, justo después de “el corralito” —que de la noche a la mañana colocó en los niveles de la pobreza extrema a millones de argentinos–, las señoras salían a las calles con cacerolas a hacer ruido, a gritar a los cuatro vientos su indignación por los abusos del Gobierno de Fernando de la Rúa.

Por un lado tenemos la pasividad total y por el otro el malestar que encuentra de inmediato cauces de expresión pública. Ambas imágenes expresan un mismo fenómeno (aunque en sus dos polos) que los especialistas denominan “capacidad de asombro” y que refiere a la muy humana facultad de contemplación y reconocimiento de ciertas características de lo que se observa.

La pérdida de la capacidad de asombro en un pueblo se refiere a la actitud de aparente indiferencia ante lo que resulta normal; el sendero muchas veces recorrido y en el que los detalles terminan por pasar inadvertidos. Es el caparazón que desarrollamos ante lo obvio, lo cotidiano, lo que asumimos como normal, por muy terrible que parezca a los ojos de quién no vive cotidianamente cierta experiencia.

Es, para aterrizarlo en nuestra realidad, un poco lo que sucede ante la violencia que se genera en torno a la guerra contra el narcotráfico. Son tantos y tan frecuentes los hechos de brutalidad extrema que terminan por integrarse a nuestra cotidianeidad. No es que la sociedad mexicana se haya acostumbrado a las ejecuciones, masacres, descuartizamientos, colgados, extorsionados, secuestrados, asesinados y ultrajados, sino que alimentaron, a fuerza de su repetición, ese caparazón que nos ayuda a transitar por nuestra realidad.

Todo lo anterior a propósito de la visita que realizaron los dirigentes de los partidos que conforman el Movimiento Progresista al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, en la que demandaron analizar cuidadosamente los alegatos a favor de la nulidad de la elección presidencial, ya que, según advirtió el líder perredista, Jesús Zambrano, “no se puede descartar un estallido social” si se avala lo que la izquierda considera una fraudulenta imposición, el triunfo de Peña Nieto.

Por supuesto que el PRI no tardó en responder y en voz de Jesús Murillo Karam, rechazó que sea “con amenazas y presiones como logren imponer un capricho por encima de la voluntad mayoritaria”. En fin, tonterías que sólo retratan de cuerpo completo el tamaño y calidad de nuestra clase política.

Lo notable es que aún se amague con eso del estallido social, en un pueblo acostumbrado a la corrupción y componenda, a la simulación y la política del más viejo cuño. Olvidan, los que advierten de una posible respuesta social masiva y violenta, que como pueblo y en términos de capacidad de asombro nos parecemos mucho más a los que pasan indiferentes por la esquina del moribundo, que a los que salen a la calle a gritar su indignación. Por desgracia.

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