Faltaban minutos para que dieran las cinco de la mañana. Hacía frío. El termómetro marcaba siete grados centígrados. Dos jóvenes delgados que no rebasaban los 20 años de edad, sonreían, mientras quitaban con unas palas, la grava sobrante que dejó una cuadrilla de trabajadores en una calle cercana a la avenida Colón en Guadalajara. Parecía que se divertían y disfrutaban lo que hacían mientras deseaban los buenos días a todos los que pasaban: empleados somnolientos de empresas cercanas que caminaban como zombies por las banquetas.¿Usted haría el trabajo de este par de muchachos? Le apuesto que no. Ni nos levantaríamos en la madrugada a recoger piedras del camino que otros recorrerán en sus automóviles o estaríamos en un camión del transporte público durante el día. A menos que… no hubiera más trabajo que ese.Las recientes declaraciones de conocido capo mexicano que justifica la profesión de narcotraficante —argumentando que a su alrededor no existían más opciones de sobrevivencia— son parte también de la basura que comercializó durante años y que causó la muerte, desaparición y adicción de miles de personas alrededor del mundo.¿Oportunidades? ¿Educación? ¿Valores? Entonces los que empaquetan bolsas en los supermercados, los cargadores del Mercado de Abastos, los repartidores de comida rápida y otros trabajadores más, como no aspiran a más dinero, ¿tendrían que salir a las calles a delinquir?Ahí es donde las nuevas generaciones se están perdiendo. La cultura del esfuerzo, aquella de conseguir lo que quieres con trabajo, se hizo a un lado para dar paso a jóvenes que inician con la venta de drogas, robo, secuestro y prostitución por cantidades de dinero que está claro no recibirán por levantar grava en las madrugadas. No les importa arriesgar la vida, quieren ganancias fáciles, instantáneas. Esas son las otras víctimas del narcotráfico, las que caen presas del “encanto” que muestran ahora las series de televisión y que no tendrán un papel protagónico en la cruel historia, por el contrario, son los “extras” que terminarán muertos, desaparecidos y alejados de una base familiar que no los pudo sostener.En 2010 la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales realizó una investigación entre estudiantes de secundaria que reveló que el 26.3% de los casi mil 400 jóvenes entrevistados quería parecerse a un narco o sicario. Una pequeña muestra del gigante que hoy enfrentamos a seis años de distancia. La participación de mexicanos cada vez más jóvenes en delitos de alto impacto es la constante diaria. ¿Qué falló entonces? Cualquiera que sea la respuesta, hay una realidad: quien quiera irse por el camino adecuado, aunque sea el de mayor trabajo y de menor ganancia, lo puede hacer, al final regresará a casa con la tranquilidad de que no está cometiendo ningún daño ¿Qué vale más?