Martes, 21 de Enero 2025

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Caldo para radicales

Por: Alejandro Irigoyen Ponce

El lío que protagonizan por un lado la cadena de supermercados Soriana –con el obvio apoyo de la ANTAD–, y por el otro, Andrés Manuel López Obrador, con el apoyo cada día más pálido del PRD, y que se radicalizó luego del atentado con bombas molotov a una tienda en Nuevo León, es lo de menos; vaya, sólo la punta del iceberg. Lo que verdaderamente nos debería preocupar un poco y ocupar un mucho es lo que revela en su fondo: la semilla del radicalismo.

En nuestro país, hoy, están sobre la mesa todos los ingredientes para el caldo con el que se alimenta a los radicales, a los que buscan desesperadamente una válvula de escape a su condición y que explotan en la primera oportunidad aunque sea para la gratificación momentánea, para liberar parte de la frustración contenida por la falta de oportunidades y expectativas, por el entorno económico y social adverso y media docena más de cuestiones que, habría que reconocer, ponen a prueba el carácter y la visión de futuro de cualquiera.

Andrés Manuel le pide a Soriana serenidad y él debería comprar un poco de su receta. A nadie, ni siquiera a López Obrador, conviene abrir puertas para que los sectores más golpeados (y que son muchos) abracen banderas con la única intensión de justificar acciones violentas y que pueden significar una vía de escape al resentimiento social o al agravio que miles, tal vez millones de compatriotas, reciben de las estructuras económicas y políticas que los han vapuleado históricamente.

No se trata ni siquiera de intentar adoptar una postura de defensa a ultranza del actual orden de las cosas ya que, por ejemplo, en términos estrictamente democráticos una elección no puede ser limpia si se compra y los gobernantes que de ella surjan no pueden navegar en el barco de la legitimidad, pero el malestar debe canalizarse por las vías legales e institucionales que no son otras que las que hemos permitido y que reflejan el nivel exacto de nuestro compromiso con los valores más altos que se pueden expresar en la vida en sociedad.

Y sí, son muy pobres, imperfectas, manipulables y media docena más de calificativos, pero es lo que como pueblo nos merecemos, ya que no hemos tenido los arrestos necesarios para mejorarlas.

Ante la violencia generada por la guerra contra el narcotráfico y la rivalidad entre bandas, al incremento de la delincuencia llamada común, al hecho de que la educación dejó y desde hace lustros de ser garantía de movilidad social y al entorno económico hostil, la evidente falta de oportunidades para millones, resultaría un despropósito avivar la llama del malestar, el resentimiento y la desesperanza.

El país no soporta más enconos y lejos del conformismo, queda la opción de luchar por la vía pacífica, con argumentos, con solidaridad y con el compromiso de hacer algo concreto por mejorar el entorno para que un cambio sustancial sea posible.

No es con la arenga, con la frase tronadora, con colocar sobre la imaginaria popular a “enemigos del pueblo bueno” con lo que se logrará algo distinto a expresiones radicales, como la de Nuevo León donde se incendió una tienda Soriana, sólo para la gratificación momentánea de quienes, seguramente, están desesperados, frustrados y que buscan cualquier pretexto para hacer sentir que esta vida, con ellos —al igual que con la mayoría—  simplemente no ha sido justa.

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