Jueves, 16 de Enero 2025

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Aprendiendo de los contrastes brasileños

Por: Sergio Oliveira

Aprendiendo de los contrastes brasileños

Aprendiendo de los contrastes brasileños

Regresar a Brasil siempre me resulta una experiencia con muchos tonos y matices. Su industria, su situación económica, pero más que nada el comportamiento de su gente, me llaman la atención en muchos sentidos. Observar sus altibajos resulta un lección que invariablemente deja enseñanzas productivas, tanto por ver lo que hacen bien, como lo que necesitan pulir en su búsqueda por una sociedad más justa, igual y moderna.

La industria automotriz brasileña aún me produce envidia en muchos sentidos. Por supuesto que el mayor motivo para esto es el volumen de ventas de su mercado interno, que debe terminar este año muy cerca de las cuatro millones de unidades. La receta para llegar a este poderoso número, que lo pone entre los mayores mercados del mundo, por arriba de potencias como Alemania, no es consecuencia directa de la industria, sino del Gobierno, que en los dos periodos de cuatro años cada uno del presidente Luis Ignácio Lula da Silva, catapultó a la clase media a nada menos que 40 millones de personas que antes engrosaban el aún inmenso volumen de pobres y miserables del país.

Ocurre lo mismo en las distribuidoras de automóviles. Conseguir una prueba de manejo requiere una cita que tardará unos días en lograrse. Las grandes ventas son aún más impresionantes cuando vemos que los precios, debido a los impuestos y también al enorme margen de utilidad que se dejan tomar las armadoras, son mucho más elevados que en México. ¿Ejemplo? Un VW Crossfox, que en México cuesta cerca de 220 mil pesos el más equipado, en Brasil se vende por más de 300 mil pesos mexicanos.

La calidad aún es un problema

No todo es maravilloso, hay que aclararlo. Aún es posible ver en las agencias de autos nuevos a vehículos tan antiguos como la Volkswagen Combi, por ejemplo. El líder de ventas en Brasil, la italiana Fiat, tiene fama de productora de autos durables, pero sus terminados interiores aún dejan mucho que desear, pese a que sí han estado mejorando. Ocurre lo mismo con muchos otros, como los Renault Sandero y Stepway o el VW Gol, por mencionar sólo un par. La calidad de los plásticos interiores de muchos de sus autos, junto con la valorización de la moneda local, hace que los vehículos brasileños sean poco competitivos en el mercado mundial. Brasil sigue haciendo coches como si fueran a competir por precio, cuando ya deberían estar luchando por vencer en el terreno de la calidad aparente, su problema mayor.

La forma cómo usan sus automóviles, también nos debe servir de lección. Tan latinos, impetuosos y poco educados como nosotros en México, los conductores brasileños son llevados a fuerza a conducir con cuidado y no sólo por la leyes, que aquí también tenemos muchas, sino por la mejor e incorruptible forma de vigilar su comportamiento: las cámaras. Estas ya están instaladas en todas, sí, leyeron bien, en todas las ciudades de ese país, en sus principales arterias. Todas las autopistas y la mayoría de las carreteras federales, también cuentan con la instalación de los arcos con indicadores de velocidad y las cámaras para la fiscalización.

El alcohol al volante y la tolerancia cero

Hace cerca de cinco años, se estableció la ley que estipuló una mínima cantidad de alcohol en la sangre como permitida para conducir. También se creó un esquema de retenes para verificar, de manera aleatoria, el estado de sobriedad de los conductores. Los brasileños, latinos y creativos, encontraron la forma de convivir con la dura ley. Usaban caminos sin avenidas en sus trayectos y, cuando era necesario, acudían al censurable recurso de la corrupción para evitar perder puntos en su licencia de conducir, que pueden llegar a la suspensión temporal o definitiva del derecho de manejar un automóvil. Por ello, los accidentes en los que aparecía un conductor en estado de ebriedad, comenzaron a aumentar su frecuencia. Entonces, desde hace cerca de un año, aumentaron substancialmente la cantidad de retenes para detectar conductores bajo el efecto del alcohol al volante. Ahora incluso las clases media y alta, dejan sus autos en casa antes de salir a tomar unas copas el fin de semana. Los taxistas agradecen. La población en general, también.

¿Qué se puede aprender de estos ejemplos brasileños? 1. El mercado interno es demasiado importante como para ser tratado con el desprecio que recibió durante el Gobierno de Felipe Calderón. Con un mercado interno fuerte, las inversiones vendrán sin miedo. Apostando a la exportación, dependemos de terceros para mantener vigentes los acuerdos que hoy tenemos. 2. No hay forma de educar, al menos no rápidamente, a los conductores, que no sea por la fuerza. Y por fuerza me refiero a la fiscalización electrónica, con muchos y visibles puntos en las vías, no con tres o cuatro cámaras escondidas, como existen en el anillo periférico de Guadalajara.

En pocas palabras, nuestras autoridades necesitan abrir los ojos, los oídos y, más que nada, la mente. Las lecciones están por todos lados, no sólo en Brasil. Hace falta voluntad para aprenderlas.

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