¿Por qué antiguamente éramos más preguntones?Quizá la razón sea que no se disponía de tanta información como ahora… Preguntar al que llegaba sobre lo sucedido en su camino y lo ocurrido en el lugar de su procedencia, era una manera de estar enterado. Igualmente hacía quien llegaba enterarse de lo ocurrido durante su ausencia. Pocos leían el periódico, de manera que resultaba natural que se les preguntara lo que éstos decían. La gente en realidad iba periódicamente a los cafés o a las cantinas para preguntar y responder a los contertulios; es decir, para enterarse y para enterar… Asimismo, cuando se topaba con alguien conocido, lo primero que hacía era indagar con verdaderas ansias de enterarse de lo sucedido.Es cierto que se tenía necesidad de saber lo que otros hacían o veían, pero, a cambio, también había que transmitir información…Sucede que ahora, entre radio, televisión, internet, celulares y demás monsergas, lo que nos sobra es información de lo que ocurre a nuestro derredor y a ésta no se le da ya el valor que llegó a tener antaño. Quedan sí, en el habla cotidiana, ciertas expresiones que han devenido en meros formalismos que sólo aparentan demostrar interés por lo que se pregunta: “¿Cómo estás?” “¿Cómo están en tu casa?” “¿Cómo va tu chamba? etcétera, siempre dichas en un tono meloso y estereotipado que, habitualmente, no anteceden a poner un mínimo de atención en la respuesta.Haga usted la prueba de contestar en el mismo tono: “bastante mal, gracias”, “enfermos todos, gracias” “me van a correr pronto” y verá que, si le da la entonación adecuada, le contestarán algo así como “¡Ah! Me da mucho gusto”. No hace mucho alguien preguntó por el papá de su interlocutor. La respuesta fue en el aire convencional esperado, sólo que le dijo: “Muy bien, gracias, ya se murió”, a lo que replicó el primero: “¡Ay qué bueno! Me lo saludas mucho”. “Como no. De tu parte”, respondió ahora sí con fuerte ironía el interpelado.Más que preguntar, lo que nos sucede es que tenemos una necesidad de hablar de nosotros mismos. Si se fijan, expresiones como “yo” o “a mi” inician muy buena parte de las intervenciones. Quien pregunta al término de una conferencia, suele hacer lo mismo, al igual que quienes gustan de preguntarles cosas a los políticos después de los discursos de campaña que hemos oído bastantes estos días. Hacerse de un micrófono en tales casos, suele servir para informar a los demás quién es y a qué se dedica y cuáles son sus gracias y deseos.Fíjense ustedes que hasta los columnistas y, más aun las columnistas, suelen empezar sus artículos en primera persona del singular e, incluso, introducen al tema hablando de una experiencia particular o de alguien muy cercano a ellos, como si los lectores lo conocieran o tuvieran que tener interés en hacerlo.¿Será que el anonimato en que vivimos nos hace abrazar el “yoismo” para hacernos sentir que en verdad existimos?