Por lo demás, zarandear troncos, con la intención de que algo caiga de arriba —sea, aguacate, guayaba o chango—, es uno de los pasatiempos predilectos de los críticos… Nada tiene de sensacional, por tanto, que, cumplidas apenas tres jornadas del Torneo de Clausura, ya haya “expertos” que, como los aficionados a la lucha libre, “quieren ver sangre”.*De hecho, los nombres de los primeros candidatos a la inmolación en la Piedra de los Sacrificios, ya son del dominio público: Nacho Ambriz, Tomás Boy, Matías Almeyda y Gustavo Costas… Ambriz, porque la exigencia de que el América sea un coleccionista contumaz de victorias y aun de títulos, forma parte de su ADN… y porque una derrota como la del sábado, ante un rival de medio pelo como se supone es el Pachuca y por un marcador tan aplastante (1-4), es un pecado del género de los escandalosos y de la especie de los imperdonables. Boy, porque se supone que al aceptar el desafío de empuñar el puente de mando del Cruz Azul aceptó, en consecuencia —tan “cremoso” como es, como quedó demostrado con sus expresiones desdeñosas al técnico nacional Juan Carlos Osorio—, la exigencia de poner fin a la sequía de títulos del cuadro cementero. Almeyda, porque los primeros resultados de su gestión al frente de las “Chivas” dieron pie a que más de cuatro le vieran dotes de hacedor de milagros, al revelarle la fórmula de los triunfos —secreto de los iniciados en la magia negra y disciplinas afines— al cuadro errático que Chepo de la Torre (que hizo campeón primero al Guadalajara y después al Toluca) no pudo convertir en la aplanadora que demandaban sus dirigentes. Costas, finalmente, porque el cartel de que llegó precedido, como ganador de títulos en cuatro países por los que pasó antes de venir a México (Perú, Paraguay, Ecuador y Colombia), más la contratación “bomba” de un Rafael Márquez a quien probablemente ya estén pasando factura las horas de vuelo recorridas en las canchas, sirvieron para que más de cuatro se desentendieran de la máxima que enseña que no es muy recomendable meterle el diente al pastel sin antes tener la precaución de apagarle las velitas, y dieran por descontado que al Atlas, ¡por fin!, le había llegado su hora.*Colofón: hay que zarandear los árboles; capaz que en una de esas cae un chango.