Miércoles, 15 de Enero 2025

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* ¿“Los mejores...”?

Por: Jaime García Elías

* ¿“Los mejores...”?

* ¿“Los mejores...”?

Convendrá, sin embargo, un poco por higiene mental, otro poco para atenuar el impacto del inevitable porrazo contra el vil suelo, ir bajando, gradualmente, del Cielo a la Tierra...

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Sí: México ganó nítidamente, con merecimientos sobrados, el oro en el torneo olímpico de futbol. Ganó porque consiguió, en las primeras rondas, los resultados necesarios para llegar a la Final. Ganó porque ninguna potencia del futbol —una auténtica prueba de fuego— se le atravesó en el camino. Ganó porque en la Final fue, de principio a fin, superior al adversario: más ordenado, más entregado, más disciplinado. Ganó porque la que saltó a la cancha de Wembley, sin ser la mejor selección mexicana de todos los tiempos, ni mucho menos (de hecho, varios jugadores que pudieron haber estado, prefirieron solicitar licencia para atender otros compromisos profesionales... ¡y ni falta que hicieron!), fue una escuadra ejemplar por su aplicación para defender cuando fue necesario y para atacar cuando fue posible...

Y ganó porque el rival —también eso hay que decirlo— no estuvo, ni con mucho, a la altura de su prosapia.

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Independientemente de que también en Brasil la crítica se hace con el hígado a la hora de las derrotas, desde hacía tiempo se dudaba de los alcances del equipo amazónico que debió resignarse —es un decir...— a “la maldición de la plata”. En su columna, “Gol de Cabeza”, de La Gaceta Deportiva, de Sao Paulo, Joao Ricardo Cozac, por ejemplo, escribe: “Tenemos jugadores afectados por la vanidad y la soberbia; por la identidad disipada en medio de tanto dinero, y celebridades que son solamente jugadores de futbol”.

No los magos del balón de antaño, pues; no los maestros del “jogo bonito”; no los cracks que en el pasado vistieron esa misma camiseta. “Solamente jugadores de futbol”; caros, ciertamente... pero del montón, al fin de cuentas.

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Porque los mexicanos jugaron sin complejos, porque fueron disciplinados y porque Peralta aportó, a la hora buena, la contundencia que tradicionalmente era la carencia más acentuada del futbol mexicano, y porque Brasil fue apenas una pálida sombra de lo que solía ser, el resultado de la Final —y el desenlace del certamen, en consecuencia— fue indiscutible.

Sin embargo, no es cierto —como se apresuraron a proclamar algunos jilgueros, ebrios de gloria— que “somos los mejores”...

Ya el tiempo, más temprano que tarde, se encargará de demostrarlo.

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