De acuerdo: la conquista de la medalla de oro en el torneo olímpico de futbol no resuelve ninguno de los graves problemas de México... pero sí hace más felices (no hay por qué ser tan fatalistas para resignarse a decir “menos infelices”) a los mexicanos. * La alegría que reportó la victoria sobre Brasil, el sábado, en la cancha “sagrada” de Wembley (la catedral del futbol, nada menos, por tratarse del estadio más antiguo —aunque en años recientes se le haya renovado— del país en que se inventó el futbol), no tiene parangón en la historia del deporte en México... En Copas del Mundo, México, como inevitable “finalista geográfico” de la zona Norte, Centroamericana y del Caribe, se limitó a cumplir el triste papel de carne para los leones. La primera vez que no perdió en ese certamen, al empatar a un gol ante País de Gales, en el Mundial de Suecia-58, fue tanta la euforia que generó el resultado, que al anotador del gol, Jaime Belmonte, se le dio, hasta su muerte —ocurrida el 21 de enero de 2009— el rimbombante mote de “El Héroe de Solna”. Cuatro años después, cuando se ganó por vez primera en un Mundial, el estrépito ya fue menor: el 3-1 sobre Checoslovaquia, en Viña del Mar, fue relativamente intrascendente: México había perdido los dos primeros encuentros, y Checoslovaquia, no obstante la derrota, llegaría hasta la Final. * Vendrían años de Vacas menos esqueléticas que las de antaño. Ser sede de dos Mundiales (1970 y 1986) y lograr un crecimiento cualitativo nada despreciable, no fue suficiente para alcanzar a las potencias del esférico. (Alguna vez que la FIFA incurrió en la ligereza de colocar a México en el cuarto peldaño de su clasificación mensual —en vísperas del Mundial de Alemania 2006, en el que el “Tri”, fiel a su espejo diario, fue incapaz de pasar a Cuartos de Final—, fue tanta la irrisión que al mes siguiente se hizo la corrección que lo ha relegado a peldaños más modestos). El oro conquistado el sábado en los Juegos Olímpicos ayudará a México, seguramente, a escalar un par de peldaños en el escalafón. Pero será mejor tomarlo con calma... porque ya llegarán, sin falta, los resultados que nos enseñen que aún no somos los gigantes que un guiño del destino pudiera invitarnos a creer que somos.