...Y, al fin del cuento, tan malos los pintos como los colorados.*La derrota del Atlas puede calificarse como normal: aunque el Atlante de Ricardo La Volpe no es un rival como para quitarle el hipo a nadie, debe reconocerse que, al margen de la desventaja que representa el simple hecho de ser visitantes, era ilusorio colocar a los rojinegros, tan inoperantes como han sido en el aspecto ofensivo, la etiqueta de favoritos.El Guadalajara, en cambio, prometió durante el primer tiempo de su encuentro con el Monterrey...Por varias razones: una, que fue, en lo táctico, el dueño de las acciones durante los primeros 35 minutos; hizo un gol, pero por las acciones ofensivas que generó, pudo haber hecho uno o dos más. Otra, que parecía traer el santo de frente: de las cargas generadas en ese lapso inicial, la de Márquez Lugo no fue precisamente la mejor resuelta; fue un “piconazo”; fue un remate deficiente, chorreado, que burló al arquero justamente porque la trayectoria del balón no obedeció a la aparente intención del rematador. Y la otra, que el Monterrey era una triste caricatura del que suele ser.*El ingreso de Suazo a la cancha, para el segundo tiempo, fue más que suficiente para que comenzara a aplicarse “La ley de la Tortilla”. Un error defensivo de los rojiblancos, que le regaló todas las ventajas, y un contragolpe iniciado en el cuadro bajo y resuelto por el “Chupete”, a la entrada del área, con un tirazo al ángulo, cambiaron, en cuatro minutos, la historia del partido. El pájaro que ya parecía estar en la mano, pues, emprendió el vuelo.*Lo más preocupante, en ambos casos, es que, cumplidas seis jornadas de la temporada regular, ni rojinegros ni rojiblancos acusan progresos significativos. Ni unos ni otros pueden atribuir los resultados negativos que hasta ahora han sumado, a imponderables del futbol. No han perdido puntos por accidentes del juego: han sido incapaces de alcanzar una cosecha más estimable, por sus propias deficiencias.Si se pretende, pues, que Atlas y Guadalajara enmienden, después de la mediocridad que los ha caracterizado en las últimas campañas, y se conviertan en animadores de la fiesta y no en meros comparsas, en la cancha no muestran todavía, cuando se supone que ya ha pasado el tiempo suficiente para que lo hicieran, argumentos como para creer en ellos.
