Entre las corporaciones policiacas no se intercambia información acerca de los operativos en curso, por la misma razón que —como enseña el adagio— “entre gitanos no se leen las cartas”. (“Elemental, mi querido Watson”, diría, para poner el colofón al asunto, el inefable Sherlock Holmes). -II- Todavía ayer, las declaraciones del secretario de Seguridad Pública en Jalisco, Luis Carlos Nájera; del Procurador de Justicia, Tomás Coronado Olmos, y del alcalde interino de Guadalajara, Francisco Ayón López, compartían un común denominador: lo recomendable que sería que los mandos de los organismos encargados de velar por la seguridad de los ciudadanos actuaran como si todos fueran personas decentes; que, así, cuando la Policía Federal tuviera en mente realizar algún operativo que eventualmente pudiera generar una reacción violenta o espectacular de la Delincuencia Organizada —con mayúsculas—, como la de la tarde del sábado y madrugada del domingo, se dignara notificarlo a la autoridad estatal para que ésta, a su vez, corriera la voz a las policías municipales... Se pretende que así habría mayor capacidad de respuesta. Se supone que así podrían aplicarse algunas estrategias conjuntas para evitar, idealmente, golpes como los “narcobloqueos” que en mayor o menor medida afectaron —o preocuparon, al menos— a millones de personas, o para reaccionar con más oportunidad al efecto de identificar, perseguir y capturar a los responsables. ¡Se supone...! Sin embargo, el silencio de las autoridades federales es elocuente. Implica una tácita confesión: no es que no se confíe en las corporaciones policiacas de los demás niveles de Gobierno: es que hay demasiadas pruebas de su complicidad con la Delincuencia Organizada; es que hay la sospecha —por no decir “la convicción”— de que si la Policía federal informa a la estatal y ésta a las municipales, los soplones a sueldo de los capos de los cárteles harán puntualmente su chamba: no la de policías; sí la de esquiroles, soplones o “madrinas”. -III- Para el ciudadano común, la conclusión que de ahí se desprende es desoladora: si entre los mismos mandos de las dependencias encargadas, teóricamente, de la seguridad pública, hay más recelo (“sospechosismo”, dijo aquél...) que confianza mutua, clara señal de que —valga la analogía— el perro es más temible que el lobo. El ciudadano común, en esas circunstancias, hace bien en iniciar sus menesteres cotidianos, cada mañana, con esta piadosa plegaria: —Cuídame, Señor, de mis amigos... que de mis enemigos me cuido yo solo.