Mario Vázquez Raña —¿qué duda cabe?— pisó callos... Por lo demás, de eso se trataba. Es probable que el sempiterno Presidente de la Organización Deportiva Panamericana, harto de la presencia de cobradores en la antesala de su oficina, decidiera ejercer su derecho al pataleo e hiciera publicar en uno de sus periódicos, el miércoles, el correspondiente desahogo: la aseveración de que la irresponsabilidad fue la tónica en los miles de millones de pesos que se gastaron en los XVI Juegos Panamericanos del año pasado en Guadalajara, y la adicional de que aún hay adeudos pendientes “por cerca de mil millones de pesos”. -II- Entre las diversas reacciones que el “periodicazo” de Don Mario provocó, sobresale la del gobernador Emilio González Márquez: el anuncio de que todos los documentos relacionados con los costos de “los mejores —ejem, ejem— Juegos Panamericanos de la Historia” serán publicados en internet, “en el mayor ejercicio de transparencia en la historia de México”. Es probable que la promesa se cumpla. Es probable que ahí se aclare si, en efecto, “sólo” son alrededor de 500 millones de pesos los que no se han cubierto a los acreedores. Es probable que ahí aparezcan las facturas de todos los gastos: desde cada clavo que se compró hasta el último centavo que se gastó en la nómina... -III- Sería deseable, empero, que en ese “ejercicio de transparencia”, además, se justificaran a plenitud todos esos gastos; que se separara la paja de la promoción personal de quienes apostaron por los Juegos como la obra cumbre del sexenio, del grano del beneficio social que pudo dejar el evento en materia de infraestructura (desde las primermundistas instalaciones deportivas hasta la barbaridad ecológica y el despropósito financiero que fue la Villa Panamericana), y de promoción para Guadalajara... Y lo más importante: demostrar que con tal de realizar “la fiesta continental del deporte” no se postergó ninguna de las apremiantes demandas de los sectores más desprotegidos de la población, desviando para lo superfluo los recursos que la autoridad estaba moralmente comprometida a destinar a lo estricto. En lo que todo eso se aclara, cabe la hipótesis —válida mientras no se demuestre lo contrario— de que si los ciudadanos estuvieran convencidos de que los gobernantes hicieron su tarea, lejos de darles un puntapié en salva sea la parte, los hubieran ratificado en sus cargos... votando por los candidatos emanados de su cofradía política, el pasado 1 de julio.