Viernes, 19 de Abril 2024

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- “¡No marchen…!”

Por: Jaime García Elías

- “¡No marchen…!”

- “¡No marchen…!”

Una “marcha” se realiza cuando hay lugar a una demanda pública o cuando un derecho parece amenazado. Ejemplo de lo primero, en nuestro medio, la protesta, hace años, contra la “generosidad” del “Góber piadoso” que había decidido, a la ley de sus pistolas, aportar fondos públicos a la construcción del Santuario de los Mártires…

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En el caso de la que tuvo lugar el sábado, en varias ciudades de la República —Guadalajara entre ellas—, “en defensa de la familia”, no queda claro el contenido de la demanda o la reclamación que se hace a la autoridad civil. Lo mismo sucede con los enfrentamientos —que, hasta donde se sabe, en ningún caso llegaron a la violencia— con los organismos que, de manera paralela, realizaron marchas en defensa del derecho de las personas a integrarse en familias diferentes a las tradicionales.

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Si unos promueven el concepto tradicional de la estructura familiar (padre, madre, hijos), no se sabe de ninguna iniciativa de ley que tienda a prohibir a las parejas heterosexuales, casarse (u optar por la unión libre) como muy probablemente lo hicieron los padres, abuelos, bisabuelos, etc. de sus integrantes… ni, mucho menos, otra que obligue a nadie a elegir a una persona de su mismo sexo para integrar una familia.

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Las sociedades cambian; el concepto de familia, por lo consiguiente… El divorcio, por ejemplo, tan indeseable como se quiera, ha acabado por aceptarse, en casi todas las legislaciones del mundo, como una alternativa preferible a condenar a seguir unida, “hasta que la muerte los separe”, a una pareja en que ostensiblemente se ha roto la armonía.

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Al margen de las inclinaciones sexuales de las personas (tan discutibles como respetables) y de la obstinación en llamar “matrimonios homosexuales” a los que la ley denomina “igualitarios” (que no es lo mismo), que dos mujeres —madres solteras, por ejemplo— decidan vivir bajo el mismo techo y hacer vida en común, por razones económicas o personales, es frecuente… y es, por donde quiera mirarse, enteramente legítimo. Si el canon no les prohibiera expresamente la opción del matrimonio, dos sacerdotes, incluso, podrían perfectamente hacer vida en común —y nada tendría de repugnante que muchos ya lo hicieran—, por las mismas razones…, sin dejar por ello de ser virtuosos, castos, ejemplares.

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Considerando, pues, que ni el derecho de los más a seguir formando familias “tradicionales”, ni el de los menos a integrarse en otras modalidades, se encuentran amenazadas, pocas cosas parecen tan ociosas, estériles e insustanciales como las marchas de referencia.

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A quienes las han realizado, pues, podría dedicárseles, con todo respeto, la expresión tan común entre los jóvenes de ahora: “¡No marchen…!”.

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