Viernes, 19 de Abril 2024

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- "Matrimonio"

Por: Jaime García Elías

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- "Matrimonio"

No es propiamente que el debate se prolongue. De hecho, si así fuera, habría que celebrarlo, probado como está que “De la discusión sale la luz”… Lo que sucede, por desgracia, es que lo que pudo ser un debate en toda forma, en el que los participantes expusieran serenamente sus argumentos, escucharan respetuosamente los del adversario y replantearan los suyos luego de ponderar las posiciones divergentes —enriquecer la discusión, como suele decirse—, no sólo ha degenerado en el proverbial diálogo de sordos: se ha convertido, peor aún, en una competencia de ofensas, diatribas y descalificaciones.

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En el meollo del asunto está el llamado “matrimonio igualitario”…

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Si se trata de legalizar la unión, con fines de convivencia y ayuda mutua, de dos personas del mismo o de diferente sexo, lo más probable es que haya unanimidad en que se trata de algo legítimo y plausible; irreprochable desde cualquier perspectiva. Si esa unión incluye relaciones sexuales entre quienes la conforman, la reticencia de quienes la rechazan es comprensible. Por encima de los planteamientos religiosos están los semánticos. Cualquier tipo de unión entre personas puede ser honesta, pero no a todas queda a la medida la etiqueta de “matrimonio”, porque éste lleva implícita, vía de regla, la intención de la maternidad: algo que excluye a las parejas de personas del mismo sexo.

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Lamentablemente, como puede comprobar cualquiera que incursione en los foros en que el tema se discute, la polémica se ha convertido en una guerra de lodo.

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Quienes se oponen a la iniciativa, plantean, en plan fundamentalista —intransigente, pues— que su posición se basa en una premisa inadmisible para sus adversarios: “La ley de Dios” (así, con comillas); adicionalmente, de manera falaz —su alegato sólo tendría validez si se aprobaran las correspondientes pruebas—, aducen que detrás de todo hay “presiones”, “conjuras” y similares, procedentes de “intereses” u “organismos”, tan perversos como indeterminados, “del exterior”. Quienes la defienden a ultranza, sin reparar en que en esencia no debería discutirse el derecho de las personas a hacer vida en común sino denominar “matrimonio” a las uniones entre personas del mismo sexo, replican, con demasiada frecuencia, con ofensas y descalificaciones.

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Los escándalos de pedofilia y abusos sexuales de sacerdotes (“el terrible conflicto entre las miserias de la carne y el esplendor de su vocación: la impotencia de salvarse a sí mismos aun estando ofreciendo la salvación a los otros”, como escribió Giancarlo Zizola en “La Otra Cara de Wojtyla”), resquebrajaron de manera atroz la autoridad moral que la Iglesia hubiera tenido, en otras circunstancias, para participar en el debate como defensora de una moral que predica mejor de lo que la practica.

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