Decía Jardiel Poncela que “una estatua es un monumento que sirve para poner en ridículo a un hombre ilustre y a un escultor”. (Enrique Jardiel Poncela, por si el dato le sirve al lector de los tiempos “de Shakira p’acá”, fue un humorista español del siglo pasado). Ejemplos que lo confirman hay muchos en el mundo... “ancho y ajeno”, según la expresión clásica. Botones de muestra, en esta Guadalajara de (casi) todos nuestros pecados: uno, el conjunto escultórico dedicado a Hidalgo, Morelos y Allende, en el cruce de las avenidas México y López Mateos, al que algún majadero denominó “Los Tres Huastecos”... y se le quedó; otro, la vilipendiada estatua del ingeniero Jorge Matute Remus, en plena banqueta de la Avenida Juárez, frente al edificio de “La Telefónica” que él movió, en un alarde de ingenio y tecnología, hace unos 60 años. -II- El caso es que, con la idea de “promover la reflexión y la discusión sobre la importancia y trascendencia que tienen los valores y las prácticas democráticas en la vida diaria” —según reza la ampulosa exposición de motivos—, el Gobierno federal decidió perpetuar, en sendos bustos de bronce, las veras efigies de tres ciudadanos que fueron secretarios de Gobernación en las dos primeras administraciones panistas que consignará la historia: Carlos María Abascal (de quien, además, está en curso el proceso de canonización en Roma), Juan Camilo Mouriño y José Francisco Blake Mora. De los dos últimos se subraya, en una frase que es una gema de humor negro involuntario, que murieron “trágicamente, en circunstancias difíciles” (¡...!). -III- Los bustos —menos mal— serán colocados en el patio central de la Secretaría de Gobernación. Menos mal, en efecto, porque así se reduce el riesgo de que los socarrones, que nunca faltan, hagan chistes de mal gusto a costa de la memoria de tres varones, tres, que tendrán el privilegio de ser “inmortalizados”, por el indudable mérito de haber sido amigos de quien va a pagar (con dinero del pueblo, por cierto) las estatuas. Se reducirá, pues, el riesgo de que a sus monumentos se les hagan chanzas insolentes, como el epigrama dedicado a la fuente que hizo construir el Virrey Marquina —personajillo secundón, donde los haya— y que, al no funcionar como tal, terminó convertida en mingitorio: “Para perpetua memoria / nos dejó el Virrey Marquina / una fuente en que se orina... / y allí se acabó su historia”.