Viernes, 17 de Enero 2025

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- Ecocidio

Por: Jaime García Elías

- Ecocidio

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Desde que se decidió remover (eufemismo por “matar”) el “hule” gigantesco y varias veces centenario que quizá vio pasar, en sus mocedades, a las primeras tribus de nómadas que hollaron estas “tierras de Dios y de María Santísima”, y que vio nacer y crecer, ya en su juventud, allá a lo lejos, a la Guadalajara que acabaría por alcanzarlo, primero; envolverlo, después, y convertirlo, finalmente, en un estorbo, al efecto de construir uno de los túneles de la Avenida López Mateos; desde entonces, decíamos, los árboles, aquí, no habían vuelto a ser noticia...

-II-

Vuelven a serlo ahora. Vuelven a serlo por la depredación de que fueron objeto cerca de 200 amistosos e inofensivos (salvo para los alcoholizados automovilistas de fin se semana) árboles del camellón de la Avenida Lázaro Cárdenas, que cumplían calladamente con su misión de purificar un tanto el oxígeno que intentan respirar los millones de habitantes que se hacinan en la otrora “Perla Tapatía”.

El ecocidio (como lo calificó una funcionaria del Ayuntamiento tapatío), perpetrado con premeditación, alevosía y ventaja, hizo recordar los tiempos —medio siglo ha— en que Guadalajara fue llamada, con razón, “La Ciudad de las Rosas”. Camellones y plazas públicas, en efecto, lucían floridos rosales en profusión. Los lugareños los cuidaban, y las autoridades dieron pie a que las de Guadalajara alcanzaran fama de ser “las rosas más caras del mundo”. Y era así porque si algún despistado era sorprendido por la Policía en la acción de cortar alguna, se le remitía a la comisaría y se le aplicaba una multa de 50 pesos (equivalente, in illo tempore, a cuatro días de salario mínimo) por cada espécimen.

-III-

Cambian los tiempos, cambian las personas, cambian las autoridades, cambian las costumbres... Se sospecha que la brutal devastación forestal que se practicó en la zona lleva la aviesa intención de quitar obstáculos visuales a los “espectaculares” que proliferan en la zona. En lo que son peras o son manzanas —que no lo serán, ciertamente, porque no había frutales de esas especies entre las víctimas del ecocidio—, tan lamentable es el salvajismo de los autores de ese crimen ecológico, como la casi certeza de que sus autores deben estar desternillados de la risa, burlándose tanto de quienes ahora mismo se desgarran las vestiduras a raíz de su “travesura”... y de las autoridades, que nunca darán con ellos para aplicarles, al menos, la sanción “simbólica” que su estupidez amerita.

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