Sábado, 02 de Noviembre 2024

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Por: Jaime García Elías

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No hubo debate. Tibios, pusilánimes, comodinos, los integrantes de la “honorable” LX Legislatura en el Congreso de Jalisco, invitados a debatir sobre la posible creación de la Ley de Muerte Asistida, a semejanza de sociedades que se han dado permiso para discutir el tema y eventualmente para legislar al respecto, prefirieron lavarse las manos…

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-II-

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La iniciativa, planteada por el diputado Roberto Mendoza Cárdenas en febrero pasado, planteaba el derecho que debería reconocerse a los enfermos desahuciados, en fase terminal, de solicitar que se les eviten tratamientos que prolonguen innecesariamente sus sufrimientos y se les ayude a “encontrar la muerte de la mejor manera”.

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El pretexto para rehusarse a hacer malabares con ese “chayote caliente”, fue que una legislación en ese sentido debería corresponder, en todo caso, al Congreso de la Unión, al efecto de que la norma, caso de establecerse, tuviera alcances nacionales y no sólo locales.

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Ninguno de los diputados locales lo dijo abiertamente; empero, es obvio que los “representantes populares” temieron (“como Judas temió”, según dicen por ahí) enredarse en un tema contaminado por patrones culturales muy profundamente arraigados en la conciencia colectiva: en preceptos religiosos, para decirlo con todas sus letras.

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-III-

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Otros países (Holanda, Suiza, España, Colombia, etcétera) han legislado al respecto, a partir de alegatos como los que se manejaron ampliamente en los medios de comunicación a finales del siglo pasado, a raíz del caso de Ramón Sampedro, el cuadrapléjico español que batalló más de 30 años para que en la legislación de su país se despenalizara la muerte asistida. Ampliamente divulgados a través de la película Mar Adentro, algunos argumentos de Sampedro, portentos de lucidez, planteados en varias entrevistas y dos libros (Cartas desde el infierno y Cuando yo caiga), serían estos: “No hay error o crimen más atroz que negarle a una persona el derecho de poner fin a su vida para terminar un sufrimiento incurable…”; “Nadie quiere morir, pero si nos encontramos en un cruce de caminos y ya conocemos lo horrible que es uno de ellos, lo más lógico será seguir por el otro, porque (…) tenemos la esperanza de que pueda ser mejor…”; “Morirse es sólo eso: echarse a dormir cuando uno está muy cansado, sereno y tranquilo, sin temor al sueño, sin tristeza ni dolor mezquino, dejando en el mundo un recuerdo bueno de nosotros mismos en todo lo que hemos amado…”.

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Colofón: se perdió una batalla; la guerra —como la vida— continúa…

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