Viernes, 29 de Marzo 2024
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Con los trogloditas en el Sahara

Donde el concepto de la nada es tan real que parece mentira

Por: EL INFORMADOR

El enorme y temido mar de arena, llamado el Gran Erg Oriental. EL INFORMADOR / P. Fernández Somellera

El enorme y temido mar de arena, llamado el Gran Erg Oriental. EL INFORMADOR / P. Fernández Somellera

GUADALAJARA, JALISCO (25/JUN/2017).- Quizás con un poco de imaginación podamos situarnos en las interminables arenas del desierto del Sahara en el Norte de África en donde, el concepto de la nada es tan real que parece mentira; tan ausente está de vida, como lleno de ella; donde la ausencia se vuelve una constante, y la nada está llena de todo. Los sabios dicen que “Si quieres ver lo invisible, ve con detenimiento lo visible”.

En esta ocasión, nuestro caminar por el desierto venía desde el Sur de Argelia y nos dirigíamos a Túnez. El camino que debíamos cruzar era precisamente a través del enorme y temido mar de arena, llamado el Gran Erg Oriental (ver en Google). Los llamados “zorros del desierto”, montados en sus impresionantes camiones con planchas de arena, sofisticado equipo y tracción en cuanta rueda quieran, nos auguraban que nuestra casa rodante quedaría embancada para siempre entre la arena. La mini línea corroída de asfalto que supuestamente sería lo que nos guiara, en ocasiones se perdía bajo la arena, y nuestra única guía para suponer nuestra dirección correcta, eran los postes de teléfono semi enterrados que estaban al lado de ella. Sin embargo, no teníamos otra opción. Aprendimos que el lado en que la duna recibe el viento, es más sustentable que el lado opuesto, que es flojo y en ocasiones se convierte en fesh-fesh (arena movediza).

Posiblemente la suerte estaba de nuestro lado porque, al cabo de muchas largas horas angustiantes, llegamos a Touggurt; un oasis en donde de nuevo nos encontramos con los azorados zorros, a quienes, con una carcajada nerviosa les dijimos: “No contaban con nuestra astucia”. Brindamos con ellos, y pasamos una velada memorable compartiendo experiencias con estos extravagantes personajes de película, cuyo gusto y afición era precisamente cruzar por los lugares más peligrosos del desierto.

Con el alma en un hilo, llegamos también a El Oued, el siguiente oasis; y más tarde a Nefta ya en Túnez; otro encantador oasis con un pequeño y bonito hotel en donde, con una buena ducha fría relajamos las tensiones de nuestros tres chavos pre universitarios; de la heroica mamá, y del intrépido y agotado chofer. Un nuevo, soleado y arenoso amanecer nos dio nuevos bríos para seguir explorando el pequeño país de Túnez, que trabajosamente asoma al Mediterráneo entre la mítica Argelia y la conflictiva Libia.

Muchos kilómetros adelante, un pequeño letrero que decía “Matmata”, nos señalaba a lo lejos una planicie desértica y pedregosa sin nada encima (¿?). ¡Matmata tierra de trogloditas! recordé haber leído en algún libro. ¡Claro! ¡Las viviendas están bajo tierra! Por eso desde lejos no se ve nada. Decidimos visitar esas extrañas viviendas de los trogloditas tunecinos, sumergidas en el desierto.

Dado el rigor del clima, y viendo que la tierra era suave y dura a la vez, desde tiempos inmemoriales, fenicios, beduinos y bereberes han cavado grandes hoyos (40 o 50 metros de diámetro y diez de profundidad) para construir sendos patios centrales donde cavarían sus viviendas en las paredes circundantes. Bajar y subir al sitio es deliberadamente dificultoso porque, tanto ha servido de protección contra los intrusos, como para darle una especie de privacía al patio comunitario de una exclusiva vecindad. Corrimos otra vez con suerte al ser invitados por una de las familias trogloditas con las que amistamos, para visitar los apartados interiores de su hogar, en donde -para variar- nos sirvieron las interminables tazas de té a manera de bienvenida.

Para nuestro azoro, además de que nuestros amigos trogloditas se mostraban lo más hospitalarios que imaginen, la abigarrada decoración de sus paredes, la vestimenta de ellos, los olores de su cocina, y el delicioso tajín hirviente con que nos obsequiaron, nos hicieron retroceder hasta los tiempos bíblicos.

 Gracias amigos: años después los seguimos recordando: as-salám u ’alaicum.

Dicha grande son las experiencias vividas en el asombroso desierto del Sahara. Con gusto las comparto con ustedes: ¡Salám!

pedrofernandezsomellera@prodigy.net.mx

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