Viernes, 19 de Abril 2024

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- ¡Pobre Diablo…!

Por: Jaime García Elías

- ¡Pobre Diablo…!

- ¡Pobre Diablo…!

José Rubén Romero pone en labios de Pito Pérez esta reflexión: “¡Pobrecito del Diablo, qué lástima le tengo porque no ha oído jamás una palabra de compasión o de cariño!”.

Ahora mismo, para descalificar las esculturas surrealistas de Alejandro Velasco instaladas en la plaza principal de Zapopan por las autoridades municipales, a unos pasos de la basílica en que se venera la imagen de la Virgen a la que se tiene por “patrona jurada de Guadalajara contra epidemias y calamidades”, sus críticos no encontraron calificativo más apropiado para ellas que “demoniacas”. No feas. No discutibles, como tantas expresiones artísticas que en su momento han sido motivo de controversias... “Demoniacas”, de plano.

-II-

Si el presidente municipal de Guadalajara, Enrique Alfaro Ramírez, decidió aplicar la táctica de “A palabras de marrano, oídos de chicharronero” a raíz de las expresiones de reprobación a las esculturas instaladas en espacios públicos del municipio que gobierna, dentro del programa denominado “Arte Urbano” –incluida la controversial “Sincretismo”, calificada de “blasfema” por los mismos críticos—, su homólogo de Zapopan, Pablo Lemus Navarro, salió en defensa de las piezas colocadas en la plaza rebautizada con el híbrido “De las Américas-Juan Pablo II”. Poniendo por delante su calidad de creyente –quedaron atrás los tiempos en que los funcionarios públicos parecían afrentarse de hacer pública manifestación de sus convicciones religiosas—, declaró que los epítetos de “diabólicas” o  “demoniacas” (por definición, “pertenecientes o relativas al demonio”) no venían al caso, y que las esculturas, como se acordó desde que se decidió exponerlas en ese sitio, ahí se quedarán unos meses, “porque  habitantes y visitantes tienen derecho a disfrutarlas”.

-III-

No faltan en estos casos, por fortuna, a cambio de las expresiones extremistas –lo que es sublime para unos resulta abominable para otros, con lo que queda demostrado, por si alguna duda hubiera, que “sobre gustos no hay nada escrito”—, voces sensatas, criterios mesurados que aciertan a colocar en el justo medio el fiel de la balanza...

En el caso, fue Fray Ramón Vival Camarillo, quien desde su modesta encomienda de Guardián de la Basílica de Zapopan, puso los puntos, con pulcritud de cirujano, sobre las correspondientes íes, al pedir “no darles a las cosas más importancia de la que merecen”, y al señalar, a propósito de los epítetos mencionados, que “la interpretación que hacemos es lo que traemos en nuestra mente”.

(Moraleja –obligada— del cuento: “Y al que le venga el saco…”).

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