Domingo, 12 de Octubre 2025

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El Palacio de Medrano, hoy

Por: Juan Palomar

El Palacio de Medrano, hoy

El Palacio de Medrano, hoy

¿Cómo es posible que alguien se haya atrevido a demoler el Palacio de Medrano? Fácil, dirá algún lector, si se han demolido tantas cosas en Guadalajara. Sin embargo, el caso de este viejo caserón, sacrificado desde hace muchos decenios para dar paso a la muy conocida Arena Coliseo es particularmente grave y doloroso. Era la edificación civil más antigua de la ciudad. Dice el Padre Laris: “El año de 1585 se trasladó el Palacio de Gobierno al Palacio de ‘Oñate’, llamado así por haber sido construido por D. Cristóbal de Oñate en el año de 1542. Este palacio, que a mediados del siglo XVII estaba en ruinas, fue reedificado por el Oidor D. Francisco Medrano y Pacheco por los años de 1640 a 1642 y desde entonces el pueblo empezó a llamarle “Palacio de Medrano”.

Relata el buen Padre Laris a continuación la famosa leyenda en la que pierden la vida en “una tragedia digna de la pluma de Shakespeare”, por motivo de amores desdichados, Ana, la hija del oidor Francisco de Pareja, éste mismo personaje y su mujer, doña Beatriz. A raíz de tal hecho, queda el caserón abandonado, para ser “cuartel, mesón y alcaicería, hasta que sacado a pública subasta, fue rematado por particulares que lo convirtieron en las fincas que se ven en nuestra época en ese lugar. Empero, el arte, más compasivo, se ha encargado de conservar el recuerdo del Alcázar de Medrano mediante pintura o fotografías tomadas de sus ruinas antes de desaparecer para siempre”.

En el Museo Regional, si la memoria no falla, hay dos pinturas del patio del palacio de Medrano debidas al pincel de don José Vizcarra. Y quedan algunas fotos como la que aquí se ilustra. La demolición de tal inmueble debió haber ocurrido en la década de los treinta del siglo pasado.

A la distancia, resulta increíble que tan venerable vestigio de los primeros años de nuestra ciudad haya sido destruido con tal ligereza. Pero no hay que olvidar que en ese mismo decenio se demolió, rematado por la autoridad para levantar el muy mediocre Edificio Lutecia, (Colón y Juárez) el antiguo Colegio de Santo Tomás, sede de la primera universidad de Guadalajara (1792). Ni que pocos años después se sacrificaría el Colegio de San Juan (Juárez y Ocampo) para dar paso al cine Variedades. Desde entonces, la barbarie era aceptada por gobierno y particulares. No es de extrañar que a los pocos años vinieran las funestas aperturas de Juárez y 16 de Septiembre-Alcalde. Y todo lo que les ha seguido.

Pero, volviendo al Palacio de Medrano, quizá la más lamentable de las pérdidas de la arquitectura civil tapatía, viene a cuento un tardío elogio de su arquitectura, que se relaciona directamente con lo que hoy sucede —o puede suceder— en esta ciudad. Consideremos la maciza construcción, de adobe, piedra, y algunos elementos de cantera. Reparemos en la sobria y agraciada composición —un poco naïf y dispareja— de sus grandes arcos. Una intensa vida se observa en el patio. Veamos cómo su disposición se acuerda al clima, a las actividades humanas y a las posibilidades constructivas de su época. Sobre todo, es aconsejable pensar en la dignidad y la belleza, siempre vigentes, que el muy antiguo caserón transmitía a pesar de su desgaste centenario. Útiles lecciones que nunca pasan de moda. Y que hacen pensar: ¿qué de lo que ahora se levanta es capaz de aspirar a semejantes cualidades? ¿Y cómo hacerlo?

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